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4x11 Mediodía en París

  • Foto del escritor: Sergio Camuñas Gómez
    Sergio Camuñas Gómez
  • 25 jun 2021
  • 4 Min. de lectura


Solo me sale comenzar con un: “buenos días mis pijos neoyorquinos del Upper East Side” porque mi maleta así lo refleja. Así lo dicen mis pendientes imitación de Gucci que conseguí en Aliexpress después de enamorarme de ellos en la Gala del MET de 2019 donde los lucía Harry Styles a conjunto con su espectacular sonrisa. También ese conjunto muy bien elaborado y a estreno inspirado en el último street style de Kendall Jenner o esa camisa transparente con lazada al cuello inspirada en Alessandro Michele que conjuntaré con una tote bag muy parisina a la que ya le he echado un vistazo.


Sí, estoy en Paris y no sé si es la ciudad o soy yo que me siento confiado en ella, pero mientras desayuno sentado en Café du Temple el típico croissant con los primeros rayos del sol he dejado mi lectura ligera y he comenzado a escribir.


En cierto modo podríamos ver este momento desde dos perspectivas, la primera sería depresión absoluta el aprovechar el tiempo en Paris leyendo en vez de comerme la ciudad, la otra sería el plan premeditado que yo tenía en mi cabeza y que he conseguido hacer realidad gracias a que mis compañeros de viaje tardan más en cambiarse que yo en beberme la primera cerveza de la mañana.


Si, deseaba este momento, teniendo en cuenta que nadie habla de la lluvia en Paris es casi una suerte tener este amanecer soleado. Me he levantado y al ver los rayos de sol entrando por la ventana, lo he hecho. Sentarme en una terraza, solo, leyendo y escribiendo con un conjunto de lo más casual es lo más parecido a Emily en Paris que haré en mi vida. Me he sentado en miles de terrazas en Madrid a hacer lo mismo, pero os puedo garantizar que no es ni la mitad de gratificante. También he hecho una foto al desayuno y la he subido a mis redes sociales, por desagracia no me he hecho influencer de la nada como Emily, pero sigo soñando.


Y aquí estoy, en mi cuarto día en la ciudad y ya parece que llevo un mes. Es curioso cómo cambian las cosas en cada viaje. La misma ciudad, incluso las mismas personas parecen distintas en situaciones diferentes. Como ya sabéis, Paris parecía el lugar perfecto para escapar de las personas con jerséis apolillados y cafés de tardes en las que nos habíamos convertido. Y de momento, tenemos de todo menos jerséis apolillados.


Visitar una ciudad por primera vez te hace correr a todos sitios. No sé si habéis visto la película Monte Carlo de Selena Gómez. Una americanada que todos queremos vivir.


Su viaje me recuerda un poco la primera vez que visité Londres y que quise verlo todo en un fin de semana completito. Correr, correr y más correr. Ahora entiendo esos largos descansos de aquellos que ven la ciudad por segunda vez. La parte no convencional.


Le Marais, Chatelet, Rue du Temple o Saint Honoré han sido mi escape favorito estos días. Enamorado siempre de Effiel y de Sacré Coeur, pero palidecen en comparación a unos vinos en el Sena, besos subidos de alcohol con luces de ciudad o la lluvia cayendo de manera torrencial por las canaletas mientras disfrutas de la happy hour parisina. Lugares que a simple toque de nombre no suponen para nada en el centro y majestuoso Paris. Lugares que se han marcado una vez en el corazón de tres amigos que, después de dos años de retiro, volvían a hacer las maletas para volar fuera de casa.


Me siento hasta mal de sentirme bien. Llevaba tanto tiempo encerrado que había olvidado mi mejor versión y es un placer volver a verla sentada, aquí viendo a la gente pasar sin mascarilla, mientras escucha La Bohème de fondo y deja de lado “Vacaciones del 42” porque por una vez en mucho tiempo, es más interesante lo que está viviendo que lo que pueden llegar a vivir cualquiera de los personajes de cualquier ficción.





La primera noche en la ciudad tras un día de lluvias, una entrevista de trabajo bastante resuelta y un cumpleaños un poco borroso, tomé la iniciativa de comerme la ciudad, daba igual si alguien me acompañaba o no, sólo quería vivir. Salimos por le Marais, sin ser turistas, siendo uno más en la ciudad. Después de varias cervezas y una cuenta que tambaleaba, me integré mucho más en la ciudad y quedarme sólo a recorrer sus calles, un momento que podría haber sido idílico si se hubiese dado con miraditas en una terraza y no a través de una app, pero no podemos desmerecer. Volviendo a nuestro petit appartement, me sentí un poco Andrea Sachs de El diablo viste de Prada, puede que no fuese el chico indicado, puede que fuese el vino que se subió a la cabeza o simplemente la ciudad, pero ese instante era perfecto para dejarse llevar. Por un momento, al igual que ahora, siento que haber venido aquí está por encima de todo, de todos.


Y en términos de Andy, no hay Emily Charlton que me frene, dejémosla con su pierna rota y sus cientos de pañuelos de Hermés tirados por el asfalto de Madison Avenue. Tampoco siento piedad por Nigel porque en su día él no la sintió por mí, ni mucho menos por Miranda Priestly. De todos modos estoy aquí, En Paris, y sin darme cuenta estoy viviendo el cuento que sin duda, si, ya suena a una talla 36.



 
 
 

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