4x08 El amor en los tiempos del coronavirus
- Sergio Camuñas Gómez
- 16 may 2021
- 5 Min. de lectura

Estamos hartos de ver y leer incidencias y tasas todos los días. Sabemos a la perfección los contagios, las defunciones y, desde enero, las vacunas repartidas, administradas y personas con pauta completa del mundo.
Tenemos los datos pandémicos a la orden del día. Queremos que acabe y listo, no queremos más datos, ¿o sí? Te doy algunos:
Desde que comenzó la pandemia -sólo a mí alrededor- he presenciado siete mudanzas por amor, cinco separaciones, nueve bodas programadas -de las cuales cinco han sido pospuestas- y cuatro embarazos. Si nos pusiésemos a buscar datos a nivel mundial, tendríamos que reajustar algunas frases del tipo “eres el amor de mi vida”, porque de esas relaciones, muchas han surgido en pandemia o llevaban poco tiempo juntas, de las que más tiempo llevaban, de esos amores de siempre, han venido las separaciones.
En cuanto a la sexualidad, el concepto ha sido de lo más variopinto. Hemos pasado del miedo a que nos vean en una app para ligar a formar parte todos del mismo colectivo. Platanomelón se ha hecho con el cariño y el respeto de casi todos los hogares y el sexo por videollamada se ha disparado, algo parecido al antiguo ChatRoullotte, pero sin risas, con mucho papel higiénico y lubricante.
Hemos tenido situaciones surrealistas como enamoramientos con una sola cita, amores de balcón, o a esa persona que ha supuesto el sexo covid por miedo de no contagiarte de cualquiera. Ya sabéis, la familia parece no contagiar y un polvo de confianza, parece que tampoco.
La percepción de las personas también ha cambiado. Antes sabías a quien ponerle ojos, ahora, es lo único que ves y, a veces, no hace falta miopía, hipermetropía o astigmatismo para equivocarte en tus estimaciones, a veces una mascarilla bien colocada puede que te lleve a premisas que realmente no lo son. Una escena de Amor Ciego en el que la boca, la nariz, los dientes o la barbilla, juegan una champions league cuando la ropa y la quirúrgica caen al suelo.
Los últimos meses han dado para muchas reuniones a seis y, tras leer Sexo en Nueva York por sentirme un poco más dentro –aunque totalmente fuera- de ese mundo de relaciones en la gran ciudad, he decidido exponer algunas de las historias que hemos tenido con Gin Tonic a deshora.

Todo comenzó el día del café con I y E. Después de mucho tiempo separados, tres amigos de la infancia se encontraron en la mesa de la esquina del bar del pueblo. Una estampa que, aunque iba aderezada de las tendencias de la temporada, nada tenía que parecerse, aunque tampoco envidiar, a las de Samantha, Carrie, Charlotte y Miranda en cualquier club chic de la gran manzana. En esa charla prolongada se habló menos de relaciones esporádicas y más de relaciones duraderas. I por una parte había estado siempre con la misma persona, E tenía alguna experiencia y yo, por mi parte, solo podía hablar de amores de barra.
En ese tipo de conversaciones te das cuenta de que las relaciones son infinitamente distintas entre sí, por mucho que quieras conectar con un amor de película o alguna relación de televisión, podrás hacerlo en algún aspecto, pero no en su totalidad. Y aunque a mí me gusta generalizar, es cierto que nada es igual, aunque para seguir mi línea, de esa tarde de sábado saco dos conclusiones: no quiero amores de barra, pero tampoco quiero una relación en la que el tiempo determina los pasos o las personas de tu alrededor tus acciones.
Tras esa reunión, llegamos a las historias de F y L. Las historias de F y L son antónimo una de la otra. A mí, me llegan el fin de semana de escapada a Madrid –tal vez un poco antes- aunque las materializo ese fin de semana. Por un lado, L lleva soltera años, encontrándose a sí misma noche tras noche por las calles de la Latina –de mi mano, todo sea dicho- por otro está F. F llevaba diez años con su amor de adolescencia, una historia que había tenido muchos altibajos, demasiados, y que, por fin, sin tener que recurrir a la pandemia para su fin, ha acabado. Ahora F vuelve a casa donde está él. Ahora él quiere volver con ella. Ahora ella quiere seguir descubriéndose sola. L cambia por completo lo que conocía antes de la pandemia, lo deja todo por amor y también se muda, muy lejos. Ahora L es una persona totalmente distinta.
Por último, está B, la persona que lo tenía todo. Antes de la pandemia B era una persona a la que realmente podríamos envidiar. Una de estas historias donde ella tenía todo lo cómodo que podría tener, pero de la nada, apareció el riesgo, ese chico en el que no se podía fijar y por el que, al final, dejó todo y acabó rendida a sus pies. No sólo quedaba ahí, el chico era el típico del que puedes presumir sin la frase “en esta foto es que no sale muy bien” o “a ver, es un chico normalito, pero me trata tan bien”, el típico que además de sexy, una voz de ensueño y un cuerpo escultural, además, era afín a sus ideas, compartían gustos y ninguno tuvo que adaptarse al otro en nada, al menos hasta que comenzó, más bien, pasó el estado de cuarentena. En estos momentos B descuelga el teléfono y pide ayuda desesperada, la persona de la que se había enamorado nada tiene que ver con el chico que convive ahora con ella, la paranoia ha hecho que aquel chico perfecto ahora sea un chico, como decirlo, blando, y B se replantea cosas. B lo ama, pero también ama vivir, más si cabe, después de un año de muerte social.

Podría relatar cien historias más, todas tendrían moralejas similares, podría escribir un libro en el que me presentaría como el eterno Barney, omnipresente, viendo los vaivenes de mi alrededor. Los engaños, los amantes de Tinder, lo que surgió en Grindr, lo que fue intenso durante dos meses, lo que se replanteó con el final del estado de alarma o con la llegada de un verano que llevamos esperando tres años.
La nueva forma de amar es intensa e impulsiva, como la forma de cambiar de trabajo, o hacer cambios bruscos del sentido de tu vida. Una nueva forma de amar que es carnal, con el único uso de Pfizer como vacuna preventiva, no como estimulador sexual. Por qué el sexo se ha convertido en el nuevo motor. Los que tenían siguen teniendo, los que tenían esporádicamente han dejado de tenerlo y, los que escaseaban, han prometido quitarse tabúes, ser un poco más valientes y, preguntando “¿qué vacuna llevas?” como método de rotura de hielo, tirarse a la piscina.
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