3x04 Conocer y otras drogas
- Sergio Camuñas Gómez
- 31 oct 2018
- 4 Min. de lectura

El verano de nuestras vidas. Así autodenominamos unos cuantos los meses previos a este otoño 2018. Suena tan grande que asusta. Asusta pensar que después de este verano no habrá veranos que superen los planes que empezaron hace seis meses. Estamos a finales de octubre y esta es una mezcla de añoranza y reconocimiento de, como personas que no tenían previa relación hace seis meses, ahora, son prácticamente inseparables.
Probablemente sea la vuelta más rápida que recuerde de estos tres años. A vuelta me refiero con haber realizado cuatro posts en cuestión de poco tiempo, mucho que contar supongo, o ¿será cierto que la vida se te escapa de los dedos a partir de los veinticinco? Camino de los veintisiete voy y no me he enterado. Como tampoco me he enterado del paso de verano y me doy cuenta ahora, dos meses después de que este finalizase. Por fin, después del verano de 2011 puedo decir que tengo el summertime sadness –un poco atrasado- que se encargó de restregarme Lana del Rey y que llegaría a mis oídos de la mano de aquel concierto Bangerz de la gran, por aquel entonces casquivana, Miley Cyrus.
Tras el post de la llegada del inminente septiembre, me parecía de mal gusto no contar una de las etapas más importantes de mi vida. Una etapa que ha marcado un antes y un después en quien soy y en la que, por fin he podido decir, que soy feliz.
Llevaba tiempo contándoos mis dramas sin aportar nada positivo a mi contenido. Después de tres post he parado un poco ¿Hacia dónde me dirijo? Probablemente si no cuento mi verano de 2018 no entenderíais nada de lo que me está pasando o me pasará en los siguientes meses. Por eso, he querido hacer este pequeño flashback, ya lo he hecho en alguna ocasión, allá por la primera temporada y creo que ahora es necesario para poneros en contexto.

Dejamos junio con infinidad de planes. Un poco fruto del despecho que supuso decir adiós al chico Olite, para qué engañarnos. De eso han pasado ya seis meses, medio año que he visto esfumarse y, sobre todo, muchas historias de por medio. Creo que es hora de decir que hemos pasado página.
La verdad es que en la capital comenzó todo bien desde junio. Es cierto que las primeras semanas nuestro lugar de encuentro fueron sus calles, y de sus calles aprendimos que, a veces, la ciudad puede ser no tan solitaria a lo que, en mi caso, había estado acostumbrado durante tantos años. Pero, aun así, era verano y la gente, como cada verano, necesita huir de su calor asfixiante, no podemos ensalzar algo que es completamente ilógico.
Una de las noticias que nos alegró la mayoría de nuestros fines de semana en Madrid fue la mudanza de una amiga a un pueblo limítrofe, creo que algo mencioné en mi cumpleaños. Así, cada viernes cogíamos el tren cercanías y, mochila llena de por si acasos, nos mudamos, sin necesidad de viajar a otro país y, con la sensación de haber estado en cientos de ellos.
Después de celebrar esos 26 otras cuantas veces más le cogimos el gusto a las gentes, las palmeras y los tintillos de nuestro territorio Carranque. Volví, probablemente a escribir una nueva y tercera parte de ese “Por miles de razones” que quedó en algún papel mojado en aquella piscina rodeada de flotadores de flamencos y porciones de pizza que tenía la casa o se perdió entre canción y canción de J Balvin y Blás Cantó. Finalizamos el comienzo de una larga lista de bodas. Viajamos. Nos reencontramos con nuestro yo adolescente volviendo a los campamentos de verano, solo que trasnochábamos en vez de madrugar, el agua se convirtió en vino y la música de Operación Triunfo 1 se sustituyó por una penetrante música electrónica que a veces pensabas que te destruía los tímpanos.
En poco tiempo nos vimos envueltos en un torbellino de anécdotas y de historias a las que pusimos banda sonora de David Guetta o Aitana.
Nos vestimos, como siempre, adecuados a lo que veíamos, con cada evento o plan que nos surgió. Pintamos Ibiza de blanco, Cullera de purpurina y Torremolinos de lunares.
Había escuchado tantas veces hablar de Festivales, Ferias, fiestas en la playa y veranos idílicos que me había acostumbrado a eso, sólo a escucharlo. Por fin estaba ahí, con gente maravillosa que acababa de conocer y que se sumaba a la que ya conocía y, juntos, acabamos en la primera fila de un festival de música mientras caía el diluvio universal sobre nosotros, sin darnos cuenta entrábamos a cuartos oscuros, nos besábamos por las esquinas, destrozábamos habitaciones, colábamos en hoteles o improvisábamos la mejor fiesta jamás contada en el que llamaban Edén.

Y volvimos a Madrid. Donde pensábamos que llegaba el final de todo y donde nos hemos dado cuenta de que la historia continúa.
Te das cuenta en el momento en el que sientes que el verano no ha terminado. No nos hemos dado cuenta del cambio de estación si no hubiese sido por la bajada de temperaturas y el cambio del “manga corta” por el “chaqueta denim”. El lugar, sigue siendo el mismo, la gente que se unió hace seis meses no, es algo nuevo. La bocanada de nuevas historias a esta tercera temporada que prometen, seguro, hacer de ella, la mejor jamás escrita.




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