3x01 El post de septiembre
- Sergio Camuñas Gómez
- 16 oct 2018
- 4 Min. de lectura

Como cada año, mientras el resto de los mortales dicen adiós a sus vacaciones, al otro lado del charco, los trabajadores de Vogue USA se exponen a la magnificencia anual de su número de septiembre. Liderados por Anna Wintour consiguen el ejemplar más grande jamás visto, superando expectativas anteriores y arruinando el perfecto verano de todos sus, llamémoslos súbditos con suerte.
Después de su publicación, la redacción se ve envuelta en las semanas de la moda Spring/Summer de todo el mundo y retoma la rutina nunca rutinaria de su día a día.
En España, fuera de las filas de ese ejército de tendencias, se dice, hasta ahora, adiós al calor de verano, las islas y la costa, dando la bienvenida a la nueva temporada. Para algunos la vuelta a lo ya conocido, para otros la oportunidad de un nuevo comienzo.
Por ejemplo, a la vuelta de mis días de septiembre, encuentro ejércitos de hormonas y acné con patas que colapsan las redes principales de transporte público en días en los que los móviles se llenan de gente apellidada “UCM”, “UCLM” o “Clase”.
Pese a ello, digamos que esta introducción es una simple anécdota venida de la ocurrencia de la vuelta a mi rutina, este año si, más rutina que nunca. He de aclarar, que ni este va a ser el número más extenso, ni va a centrarse en los futuros no conocidos súbditos con suerte de Wintour ni, mucho menos, tratará temas de la vuelta a la rutina. Puede ser un “September Issues” pero de ideas en general. Ideas que intentaré estructurar para que no se nos vaya de las manos, como a mí el metro cada mañana, hay cosas que nunca cambian.
Ante todo, decir que estoy emocionado con el comienzo de esta etapa, siempre lo he dicho, en todas y cada una de las series: la tercera temporada siempre es la mejor, la que mejores tramas acarrea. Las graduaciones de Glee, Sensación de Vivir, Buffy Cazavampiros o Las Chicas Gilmore, la de la ruptura de Ross y Rachel en Friends y la venta de mercancías carnales de Chuck y Blair en Gossip Girl, la muerte de Prue en Embrujadas, el affaire más tórrido de Carrie y Mr Big en Sexo en Nueva york…
Sin embargo, me siento como despidiendo una de las mejores etapas de mi vida, como aseguraría Rachel Berry al final de la segunda temporada en el Mckinley High, empiezo algo renovado, pero con los mismos atributos con los que empecé la primera:
"Y pensar que hace solo dos años entré por este pasillo para apuntarme a las audiciones del Glee Club y ahora mírame, míranos ¡El Nacional! Todo ha cambiado, no llevaba flequillo, nunca había tenido novio y tenía una pequeña capa de grasa infantil, pero hay algo que no ha cambiado: mis sueños.
Voy a ser una estrella, lo que significa que mataría por lograr un solo."
En mi caso sustituimos flequillo por rizos, novio por un arsenal de planes y eventos que me han hecho pasar el verano más ameno de la historia de los veranos en Madrid y mantendremos lo de capa de grasa infantil, porque seguro que la tenía, aunque yo no lo supiese. Sin duda, si algo me conecta con el personaje de Berry son los sueños, aunque creo que no sería capaz de matar por conseguirlos, aunque ahí están, fijos e inmóviles.

Mi vuelta, si algo tiene de distinto con el año pasado, es la manera de ver las cosas, o en el caso opuesto, como las cosas me han tratado después de todo. No sé dónde escuché alguna vez que, si eres una estrella, no importa en qué parte del cielo brilles.
Mientras el año pasado me centraba en alabar las hazañas de mi zona, hoy cada vez me doy más cuenta de porque no vivo en ella.
Amo a mis amigos, mi familia, las personas y la gente del pueblo que va con buena intención, los que se acercan sin saber si te conocen o no y dicen algo como “Hermoso ¿pero tú de quién eres que no te conozco?” Y siempre acaban contándote batallas pasadas de tus padres, hermanos, abuelos y bisabuelos. Pero también despreció todo aquello que tenga que ver con aparentar ser sin llegar a ser nada. Como en todo, cuando recuerdas siempre dejas lo bonito y lo bueno de las cosas, hasta que te das cuentas de que no.
Mis días espirituales de cada septiembre me han hecho recordar que no todo fue bueno y que mi vida, en este momento, nada tiene que ver con lo que dejé atrás.
Me asusta pensar que he cambiado de una manera distinta a la que creo que lo estoy haciendo. Las redes sociales pueden aparentar algo que no es, se dé un YouTuber que fingió un viaje a Tailandia como experimento social y le salió redondo. Los días son más de lo que se publica en redes y si, la gente cambia, las situaciones les hacen cambiar, pero la esencia sigue siendo la misma. Me daba miedo admitir este cambio, pero ya no ¿Por qué privarme de algo que me encanta? ¿Por qué pensar en que pueden pensar de mí en vez de centrarme en lo que pienso yo mismo de mí?
El mismo chico que durante la semana se levanta y se pone frente al armario para elegir lo que toca ponerse ese día es el mismo que vuelve al pueblo, coge el abridor y saca la sonrisa cuando le piden una copa. Nada cambia, solo la manera de vestir, y a veces, ni eso.

A la vuelta a casa, en Madrid, después de una jornada que me aísla de sol a sol he andado por la que llaman la milla de oro de Madrid. Fantaseando, junto con una amiga, a lo que podremos llegar, sin “ojalá” ni “puedes”, solo con la convicción de llegada. Después he cogido el autobús, sin darme cuenta de si me he colado en la cola o no, por ver el ajetreo de la ciudad sin necesidad de ocultarme bajo tierra. De fondo, sonaba Let it be de los Beatles y, en el fondo, las ganas aún persistentes e inminentes de comerme el mundo.




Comentarios