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2x21 El número 26

  • Foto del escritor: Sergio Camuñas Gómez
    Sergio Camuñas Gómez
  • 26 jun 2018
  • 5 Min. de lectura

Facebook, que es muy sabio, se encarga de recordarnos siempre los momentos pasados. Recuerdos que pueden ser buenos o malos, de esos que te sacan una sonrisa o te arruinan la mañana en un intento nostálgico de sobrevivir al presente. Normalmente suelo pasar de sus publicaciones y recordatorios, pero en los últimos días su asiduidad ha ascendido a otro nivel, incluso cuando sabemos que no lo utilizamos demasiado, o que es una red social, que, como Tuenti, está siendo reemplazada por muchas otras, él te persigue. Lleva días compartiéndome lo que hoy son anécdotas, de distintos años, y aunque no me hacía falta saber que estás fechas son siempre importantes, no está de más facilitar la primera sonrisa de la mañana.


Hoy, por ejemplo, me ha recordado que hace cuatro años estaba disfrutando de uno de los momentos más inolvidables que tengo en Madrid. Mi primer concierto internacional, mi graduación y mi cumpleaños, todo ello aderezado con interminable comida basura, como siempre, un buen cubo de alitas picantes de KFC, super combos de cerveza en La Sureña y muchas, muchas, muchas Alhambras. Hoy, precisamente hoy, que, con suerte, he podido disfrutar de otro nuevo concierto internacional, la salida de un proyecto laboral y la experiencia siempre grata de mi cumpleaños.


Qué bonito es acordarse de esos momentos, más cuando este año te enfrentas a la difícil realidad de dejar de ser joven, aunque solo sea ante los ojos de la Comunidad de Madrid.


Si, mi abono joven de transporte público dice adiós y podría decir que solo pienso en eso desde hace días, pero, este año, como todos los anteriores, por estas fechas tengo las emociones tan exaltadas que lo único que me importa es esa comida basura, esos cubos de alitas picantes de KFC, cervezas que desde que cambiaron Mahou por Cruz Campo ya no son de la Sureña y esas muchas, muchas, muchas Alhambras. Porque ¿qué hay mejor que cumplir años y acompañarlo de planes durante todo el mes? Ya os lo digo yo: nada.


Será que crecemos y no lo sentimos igual, en mi caso, que el aferro a lo poco que me queda de adolescente hace mella en estos días, pero el cumpleaños es una fecha, que, como Reyes, puede perder efecto con el paso de los años y si en Reyes ya hemos perdido la ilusión dando protagonismo a ese día 22 de Diciembre de lotería, el aniversario de nuestra vida no tiene sustituto y, por ello, tenemos que sujetarnos bien fuerte a esa sensación de protagonismo por un día, porque es tu día y nadie ni nada tiene que arruinarlo, ni ese edificio en el que pasas 12 horas de lunes a viernes, porque, paradójicamente, es allí donde has conocido a las mejores personas que, a pesar de teorías de amistades de siempre, han derribado muros y se han convertido en algo similar a “los de siempre”.


21 de Junio. El día más largo del año. Solsticio de verano. Comienzo de historias como el La la land de esa Ciudad de las Estrellas o la de ese tren a Viena de Antes del Amanecer. El día de mi cumpleaños, que a pesar de ser pesado en el recordatorio un mes antes y un mes después, es una pesadez que no dejaré de lado porque sería decir adiós al Peter Pan que llevo dentro.




He de decir que este año se me ha hecho raro. No tuve cosquillas el día de antes ni tampoco conté horas, minutos y comentarios en redes sociales. Si eso significa madurar, yo no quiero hacerlo nunca. El día tuvo sus llamadas, sus felicitaciones, lo de siempre, pero en la distancia, que es doblemente deprimente. Y fue entonces cuando la cosa cambió con esos amigos de 12h diarias que consiguieron alegrarme el medio día y, tras la decadencia de la tarde llegó la noche, y los de siempre conocidos y ahora irremplazables lo hicieron también. Qué haríamos sin conocer en todas nuestras facetas.


Lo bueno de crecer, o al menos eso creo, es que los planes siempre son ampliables. Mientras que años atrás tu día era único e irrepetible, los nuevos años te hacen coger fines de semana y ampliar a meses. Y así ha sido. Podemos decir que este año todo se ha ampliado y que, probablemente hoy, una semana después, pueda seguir ampliándose. Cualquier situación puede ser celebrada, no pongamos trabas a la felicidad.


El día siguiente al día clave la emoción seguía en el aire. Después de seis meses con unas entradas guardadas bajo llave, llegaba el momento de soplar el polvo de la caja que las contenía y sacar de la percha las mejores galas de tejido multicolor a un euro en tiendas Humana. Y así, con colorido en nuestros cuerpos dábamos comienzo y fin, en la hora y media más intensa de toda mi vida, a lo que sería el mejor concierto hasta la fecha vivido.


¿Habrá terminado todo ya? Pensé mientras hacía el camino de vuelta a casa y veía que todavía, las sorpresas me quedaban cortas. Al día siguiente la resaca emocional era tan brutal que solo pensaba en hacer cualquier otro plan para evadir la mente. Necesitaba respirar aire que no fuese el de mi habitación, necesitaba sentir lo que el día clave me había faltado. Y si, por hablar de estilismo, para el concierto había hecho un guiño a las series de los 90, para el plan post depresión seguí mi rutina: me enfundé mis MOM de talle alto al más puro estilo Brandon Walsh de Sensación de Vivir y mi camiseta sin mangas y a rayas por dentro modo Elio de Call me By Your Name, cogí mi mochila, bañador rojo modo Oliver en sus días inaccesibles y me monte en transporte público destino a lo que sería el mejor fin de semana de, mínimo, el año.


Y ahí estaba, me había costado entenderlo, pero lo que me hacía falta desde el primer momento era la familia. Y la sorpresa estaba servida cuando salieron todos de la diminuta puerta de un gran chalé perdido en mitad de un pueblo que delimita entre el estrés de Madrid y la paz de Toledo.




Después de todo. Tuve tarta, donuts personalizados, velas con número, velas individuales, amigos, compañeros, familia, regalos, múltiples celebraciones, bebida y el paraíso. Me sentí de nuevo como el joven Elio ahora sin los MOM, la camiseta a rayas fuera, el sol enrojeciendo mi piel y el bañador modo Oliver como única prenda necesaria, en mitad de un idílico verano al sol de la toscana sin libros, por ahora, y con la diferencia de que mientras ellos disfrutaban de su amor en solitario yo disfrutaba de todas y cada una de las personas que me rodeaban. Esas personas a las que temo, a veces, perder por mi disparatada cabeza, las mismas que dedican año tras año su tiempo a quererme más que a felicitarme.


Y desee, en las tres veces que tuve oportunidad de soplar las velas que, año tras año, el día, mi día, sea igual o mejor que este, aunque cada vez sea más difícil de superar.


Nueva estación, parada y salida del mes de Junio, otra que recorreremos y dejaremos atrás, hasta que Facebook nos recuerde dentro de años, por si nos olvidamos, que hemos sido y probablemente sigamos siendo, de distinta forma, muy felices.

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