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2x17 Project M

  • Foto del escritor: Sergio Camuñas Gómez
    Sergio Camuñas Gómez
  • 16 may 2018
  • 4 Min. de lectura


Podría haber escrito este post en el puente del dos de mayo, pero no había sido testigo de Madrid en la calle en esa fiesta. Por estética, la verdad es que queda mejor si es un trío, el triángulo perfecto: Brittany, Santana y Quinn como impía trinidad, Damon, Stefan y Elena y su triángulo amoroso o Chanel Oberlin y sus secuaces. El padre, el hijo y el Espíritu Santo o lo que hoy, por obra y gracia de la gala del MET2018, Alessandro Michele, Jared Leto y Lana del Rey vestidos del más polémico Gucci. Y es que hoy os vengo a hablar de eventos, como si de un influencer de lifestyle se tratase, los tres grandes que han dado comienzo en este ansiado, y de momento, soleado, mes de mayo.


San Isidro, Orgullo y Paloma son juntas lo mejor de Madrid para alguien de pueblo, el éxtasis de los que pensaron en su primer año de carrera que salir de fiesta en la capital se reducía a botellones ilegales y tempranos, a listas en discotecas “top” y a permanecer con una copa en vaso de tubo de 01:00 a 06:00 de la mañana que abría el metro.


Mi primer año en la gran ciudad no fue muy fácil la verdad, venido del largo verano de sábados de plenos amaneceres, recién salido de una feria en la que empalmábamos trabajo con verbenas y catapultado de una “camaretada” de disfraces y lamentos de fin de lo perfecto, llegué con la intención de que mi personalidad abierta se comiese esta nueva experiencia y la experiencia me comió a mí.


A ver, no es que sea fiestero empedernido, pero vengo de una larga tradición de cerveza a cualquier momento y copas después del café, directamente de decir que vamos de café y llegar a la salida del sol entre “remember” clásico y pop de Caribe 2001. Lo típico si eres de pueblo, vaya.




Y me planté en la que sería mi primera noche de toma de contacto con mi nueva etapa. Engalanado como nunca lo había hecho para salir, tardando una hora en llegar al sitio de encuentro donde me esperaban mis nuevos compañeros con, he de decir, no la suficientemente bebida, ya borrachos con la primera copa y deseando salir corriendo para entrar antes de la lista de la 01:00. Un cuadro. Pero ahí no acababa la noche, que fue decreciendo con el último reggaeton rebuscado del momento, concursos de universitarios cachondos y una serie de robos de copas que a mí lo único que me producían era vergüenza ajena.


Recuerdo ese Halloween, la primera vez que salí en la ciudad, como la vuelta a casa con mayor ímpetu que he tenido nunca, la hora y media de trayecto entre Madrid y ese lugar de la Mancha se me hizo interminable, más incluso que la hora que esperé esa noche en la parada de metro para coger el primer tren que saldría de camino a otra hora de camino a casa, con la carga emocional, materializada en un jersey Lacoste, que supuso esa decepción.


Así pasaron los años, en los que pensaba que mis amigos repartidos por toda la comarca castellano manchega tenían más vida social que yo, y la tenían. Cervezadas, fiestas en la calle, lo que yo quería, porque al final soy de pueblo y la cabra tira al monte.


Sin exagerar estuve cuatro años entre autobuses que me llevaban a mi juventud perdida en la universidad, seguí saliendo y bebiendo, pero no en Madrid. Hasta que empecé a trabajar, claro.


El tener que quedarme si o si por horario me hizo tener que buscar alternativas, alternativas que me ofusqué de no haber encontrado antes. Había vida fuera de las discotecas abarrotadas, de ese Penélope de mi primera noche del primer año en Madrid. Había Madrid en Madrid.


Había Malasaña y sus bares, Latina y sus domingos, Lavapiés y sus amaneceres. Y me enamoré. Como la canción, de la moda juvenil, aunque los precios y rebajas que ya vi estaban muy en mi por esa época también, la compulsividad viene de hace tiempo. Y con sus calles llegaron sus fiestas de barrio y con ellas, mi felicidad.


Empecé por la última,las fiestas de la Paloma, he de decirlo y con los años he ido aumentando el cupo, como os he dicho este año hubiese incluido una más, si sigo así lleno el año de eventos, pero no puede ser, he de mantenerme firme y, de momento, tengo cartera cerrada como Paquita Salas en PS Management, desde el año pasado que entró en el grupo el desencadenante de todo: San Isidro.




Hoy escribo parte de este post con la sensación de malestar que puede suponer la resaca pero, ¿a quién voy a engañar? ya sabíamos que esto iba a pasar y es que no se es parte de esta Santísima Trinidad sin constatar que lo que bien fue, mal acabó al día siguiente y hoy sufro las consecuencias del ayer.


No importa, por fin he encontrado mi hueco en la ciudad, aunque sea para tararear malamente canciones de grupos que pueden parecer copias de James Franco en Spring Breakers. No tengo porqué volver siempre a casa si no es por reencontrarme con los míos. No tengo que quedarme en casa a no ser que trabaje al día siguiente, e incluso puedo no hacerlo también, me estoy acostumbrando. Y, hasta el momento, las tres grandes no entran entre mis planes de dimisión. No quiero perdérmelas, me ha costado mucho encontrarlas. Recuperar los días que pasé pensando lo bien que se estaba no estando en Madrid, los jueves que la dejé sola por escaparme a su vecina Toledo y las veces que odié sus rarezas. Hoy las abrazo y comienzo en este 15 de mayo la temporada oficial de fiestas en la capital, con conocimiento como diría mi madre, pero con ansia. Vuelvo a ser joven, como el treintañero al que contratan para hacer de estudiante en las series de nuestra vida, una segunda oportunidad para reconciliarnos que no pienso desaprovechar.


Madrid, si el MET tiene una cita con la élite del mundo el primer lunes de cada Mayo tu y yo este año ya hemos empezado y tenemos una segunda cita el primer fin de semana de julio, al fin y al cabo todo queda en familia y nada tiene que hacer Gucci y su Santísima Trinidad contigo y tus tres fechas vestidas de arcoiris, claveles y cuadros vichy.

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