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2x10 Dando la nota: aún más alto

  • Foto del escritor: Sergio Camuñas Gómez
    Sergio Camuñas Gómez
  • 27 feb 2018
  • 4 Min. de lectura


Tenía mil maneras de empezar este capítulo. Podría hablar del “cuando empezó todo”, del cansancio acumulado de estos días, de que en tres semanas no tenemos más vida que la que compartimos juntos, también podría hablar del eterno “el año que viene no salgo” de las semanas previas o del “¿Cómo no voy a salir?” De las semanas póstumas. Y es que así es carnaval, como yo, un continuo cardiograma de picos infinitos, y así es como este humilde servidor lo ha vivido este año.


Me acuerdo de nuestro primer primer premio, hace ya cuatro años. La ilusión de recibirlo es tres veces mayor que la sensación que nos embarga ahora, no me malinterpretéis, seguimos con esos nervios a flor de piel en cada desfile, hay incluso quien acaba en llanto, y con cada uno de ellos aprendemos lo que es ganar y lo que es perder. Pero sabéis que vivimos en un mundo de primeras veces y esa sensación ya la vivimos siendo novatos, qué recuerdos.


Hoy nos enfrentamos al mundo con premios a la espalda, pero con la misma ilusión, la veneración a las comparsas antiguas y la intriga que nos suponen las nuevas. Tienes que saber disfrutar del carnaval para tener ese sentimiento, sino es difícil conseguir el respeto necesario que te hace animar al contrincante y temerlo al mismo tiempo, paradójico si, pero, lo estoy diciendo, es carnaval.



Y así llegamos, con el aprendizaje de los años, el temido “no seáis confiados” y la alegría de ver caras nuevas en nuestras filas, rostros que se unen porque desean con todas sus fuerzas sentir lo que tú llevas años sintiendo, puede que esa ilusión de primeras veces se viva incluso más por ellos que por ti. Pero, no siempre es así. Este año ha sido nuevo, para todos y cada uno de nosotros, y ese primer primer premio ha llegado a nosotros en forma de reconocimiento, la nueva manera de trofeo, y eso, era una nueva primera vez para todos y cada uno de nosotros.


Me acuerdo de las noches llenas de azúcar en un parking del pueblo. Los ratos donde la idea se iba fraguando, donde no le veía sentido a la telaraña mental que tenía formada en la cabeza mi primo, el creador. No visualizaba para nada la temática, le di vueltas pensando que sabía por donde iba, pero fracasé. A veces me cuesta pillar el concepto de algunas de sus locuras, curioso, porque es la misma persona con la que me leo la mente el ochenta por ciento de las veces en el ámbito cotidiano, será por eso que es tan especial. Ayudé, preparé y me metí en el proyecto de lleno, como nunca antes lo había hecho, con dos ayudantes que dieron todo de ellas para que saliese perfecto, pero aún así hubo días en los que seguíamos sin ver la idea.


Septiembre y mil cosas en el aire, cada vez más cercano febrero y más lejano el concepto. Octubre y dibujos en stories de instagram. Noviembre y las ideas que teníamos se venían en un continuo de veces abajo. Diciembre. Diciembre y la carrera contrarreloj. Diciembre y la llegada del gran día, casualmente navidad, no podría haber habido mayor regalo de Santa, me sentía como Arnold Schwarzenegger en Padre en apuros, corriendo de un lado para otro, pero con la recompensa de mi, particular, Turbo Man.


Solo estaba cumplida una parte de la historia, no sabíamos nada de lo demás, de cuanto habían preparado cada uno de los participantes, normalmente yo suelo saberlo todo antes del primer desfile, en conversaciones de madrugada he visto y examinado todos y cada uno de los detalles que llevábamos, sin dejar sorpresas para el día de la presentación. Este año no, ni bailes, ni trajes, ni maquillajes... Todo era sorpresa, incluso mi disfraz que, entre pucheros, acabé por ponerme al completo el mismo día que salíamos a desfilar. Ese día en el que te sientes en A por todas, A por todas de nuevo, A por todas de nuevo: Una vez más, A por todas: Vamos a triunfar y A por todas: La lucha final. Mirando con curiosidad a la competencia y dejando que te miren, como en ningún momento del año lo hacen, excepto en bodas, bautizos y comuniones. Unas miradas que hacen que tu ego crezca, las necesarias para, aún estar con el cuerpo en modo muerte, hacen que grites, saltes y bailes con mayor intensidad que nunca, en concepto monetario: haciendo al pobre rico y al rico Rey.


Por una vez al año somos nosotros, un grupo que empezó siendo reducido y hoy es gigante. Personas que aparentemente no tienen conexión y conectan, con algo tan básico como sentirse libres y felices siendo igual que el resto, con un disfraz que los hace únicos, un disfraz que siempre ha sido acusado de enmascarar, cuando en realidad deja salir nuestros placeres ocultos a la luz ayudándonos a ser más nuestros, reales y sinceros que nunca .


Llega el momento de los premios, donde la cerveza, la Ruavieja, el alcohol en general ya ha hecho mella en nosotros. Gritos sin sentido, bailes desenfrenados, las inhibiciones son más exuberantes cuando nos quitamos parte del disfraz, y la seguridad tambalea entre copa y copa. Que duro es ser tan tremendamente altivo de cara al exterior y tan desconfiado e inocente interiormente. Nervios. Manos que se estrujan unas con otras. Corazones que salen del pecho. Cabezas hundidas en pechos. Oídos tapados adrede. Silencio entre tanto tanto ruido.



¿Habéis visto Glee? Tardaron tres temporadas en alcanzar la gloria. En Camp Rock 2 tampoco ganó quien creíamos. Las competiciones son así, no es fácil, hay más grupos que pierden en comparación a los que ganan.


Pero era nuestro año, sin duda lo ha sido. Y ganamos, claro que ganamos, como en aquella ocasión lo hicimos. Y no sólo vencimos una, dos o tres veces, lo hicimos seis y conseguimos metas que nunca nos habíamos replanteado, se encontraban en la lejanía. Hoy, como las Bellas de Barden, hemos dado la nota... aún más alto que en otras ocasiones. Y seguimos trabajando, seguiremos sorprendiendo. Por las emociones, los previos nervios y las posteriores tristezas y alegrías que supone este mes de febrero. Por todos y cada uno de los que nos siguen y confían y, sobre todo, por todos aquellos que nos han querido ver caer y, hoy, se estremecen con nuestra gloria.

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