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2x06 Las cuatro estaciones de los chicos Olite

  • Foto del escritor: Sergio Camuñas Gómez
    Sergio Camuñas Gómez
  • 13 dic 2017
  • 5 Min. de lectura


Cada serie tiene sus costumbres, esas anécdotas que hacen que el capítulo sea especial solo por el hecho de hacer referencia a uno anterior. La vida es igual, llena de tradiciones, más bien de costumbres poco convencionales porque existe una gran diferencia con la tradición común, un amplio recorrido de años de friquismo que se da entre las personas que han cedido al jersey de renos en navidad y las que han ido un paso más allá y ponen de fondo Friends celebrando un acción de gracias atemporal. Que diréis ¿Acción de gracias? También decíais eso con Halloween y os demostré en el último post que en escasos quince años lo habéis acabado celebrando todos.


Fuera del evento que toque en este momento, hablemos de las tradiciones propias, que en su día no fueron tradiciones y, aunque nuevas, se han hecho hueco en nuestras vidas y se han quedado, como esa canción triste favorita para momentos tristes o la canción alegre favorita para momentos alegres. Como llegar a casa los lunes con una bolsa de chucherías para ver OT o ver películas a medias el resto de los días la semana.


No hay mejor tradición que la que se genera, que no nos viene impuesta por otros, las que decidimos realizar y con quien realizar. Veréis, el título del post está relacionado con la serie de las chicas Gilmore, sólo el título, porque en realidad no tenía nada que ver, o eso creía. Al hacer repaso de ideas e indagar en mi, ahora no tan puesta al día, cultura en series, me di cuenta de que podría tener más relación de la que llegué a entender. Ninguna de las series de nuestra vida empezó con algo implantado, primigenio, ningún piloto habló sobres las canciones de Phoebe en Friends y aun así fue la guinda del pastel en capítulos salteados. Lo mismo pasó con el P3 en Embrujadas y la adicción al café de las Gilmore. Lo vi relacionado, tiene sentido, y por eso lo cuento. Tengo que decir las cosas como son, me encanta poder empezar los post de una manera para llevarlos a otra, como un episodio de los Simpson, lo de no saber cómo continuar es lo que los hace especiales, de hecho, son los que más dudas me generan y los que más gustan.




Intento centrarme. Pese a que mis compañeros de piso hayan roto la regla de oro del compañero de piso “No veré una serie que vemos todos a menos que estemos todos” y pese a que haya pasado Halloween y no hayan sido capaz de ver la que es el referente de esa época del año de todos los tiempos (El retorno de las brujas) creo, espero y deseo que esté por llegar el momento de hacer nuestras serie-cinéfilas paces. Porque llega navidad, mi época favorita del año. Y en Olite hay tradiciones, que se han hecho así mismas con el tiempo, o simplemente las he hecho yo y espero que todos me sigan la corriente. Tradiciones que como ya habéis visto, son las que mejor quedan a largo plazo.


Paso de largo la inexistencia de regalos, incluso la decoración a medias. Paso por alto que nuestros vecinos nos hayan ganado en iluminación o que no llegue esa nevada que todos esperamos el día 25. Lo que no podemos pasar por alto es no ver el Diario de Bridget Jones como pre-evento. Tradiciones no escritas, como no escuchar villancicos hasta un mes antes de navidad y regalar calendarios de adviento para sentir que lo que haces, pese a ser raro, es compartido.




Siempre he dicho que las temporadas comienzan en otoño, es tradición común. Nuestra temporada de visualización es en invierno, más bien finales de otoño comienzo de invierno, pre navidad vamos. Lo que llamaríamos la costumbre poco convencional, no hay nada como el día que vuelves a ver Love Actually, al menos para mí. De hecho, a medida que la ves (porque se ve varias veces) se siente más el espíritu navideño e igual pasa con El Grinch, Solo en Casa y la esperanza de esa nevada que nos hará pensar en lo mágico de Eduardo Manostijeras. La festividad continúa con una Noche de Fin de año e interminables e irrepetibles capítulos de navidad de nuestras series favoritas, el friquismo que hablaba antes, que en realidad me toca ver en soledad, pero si lo cuento todo ahora me agoto de ideas para el año que viene.


Con la primavera llega el momento de indecisión, la transición entre solsticios. Lo paradójico que resulta que siempre en este momento del año es cuando los astros se alinean y da lugar al descubrimiento de lo nuevo, el principio de una nueva tradición. La estación que con menos entusiasmo llega es al final del año la más refrescante, con la que empezamos nuevas temporadas, el La La Land de nuestro 2017 o el descubrimiento de un Como Locos un 2016, con la que conectamos un verano intenso y un otoño de despedidas, dónde todo acaba. Será metáfora de la primavera, que hace que nazca en nosotros la necesidad de más, de mejor.


Y llega el verano, con sus clásicos, la idealización de un coche, una pantalla al aire libre y la promesa de esa amistad que une lo que en invierno separa. Grease, Dirty dancing, Deseando Libertad o Vacaciones en Roma con cigarros enlazados a helados en ventanales abiertos, la consumación de la amistad y el romance, la eterna promesa de juventud ya pasada y el deseo de volver a ser quien fuiste si en algún momento del camino te perdiste, de hacer desde casa, que es lo que nos despierta querer hacer desde fuera.


Y, año tras año, vuelta a empezar, el otoño, que, aunque devastador y lleno de ese marrón adiós, supone el comienzo de todo. La vuelta a la normalidad que el verano arrebata, la tranquilidad de la estabilidad que cada vez es más ansiada por esos jóvenes adultos, y la puesta en marcha de un nuevo camino familiar, en la cercanía de los que un día no fueron nada y hoy lo son casi todo, en el, después de años, nuevo hogar. De chorradas tipo 40 días y 40 noches e historias varias de amor que no corresponden con la realidad. Compartiendo una vez más la tradición de volver, de ver y repetir lo que un día no fue nada y hoy es costumbre, lo que solo por eso es especial, único y nuestro. Dando el punto de igualdad a una historia que cada temporada es distinta y cambiante, aportando normalidad al caos de nuestros días como jóvenes en busca de un sueño.


Nuestras propias estaciones, que independientemente de nuestros actos y elecciones siguen ahí, convirtiéndose en la costumbre poco común que nos encanta repetir año tras año.


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