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2x02 Bajo el sol de la Mancha.

  • Foto del escritor: Sergio Camuñas Gómez
    Sergio Camuñas Gómez
  • 3 oct 2017
  • 4 Min. de lectura

Cuando más agobiado estás, cuando piensas que no aguantas otro día más, solo necesitas un poco de tu tierra para cargar pilas y seguir adelante.


¿Sabéis? Yo era de las personas que renegaba de mi pueblo, de los de “no volveré jamás”, de hecho hay quien me lo ha llegado a reprochar, quien me ha dicho: “Todos los fines de semana aquí, eso que decías que no ibas a volver”. Sí, yo también rectifico, que es de sabios, dicen ¿no?


Creo que esta pretensión la tuve en los primeros años de carrera, aunque pronto me di cuenta de que mi lugar estaba con los míos y los míos estaban en el pueblo, no se estaba tan mal después de todo. Y vuelvo, siempre con ganas de nuevas aventuras, de nuevas anécdotas y sobre todo vuelvo para desconectar. Del ajetreo, del algodón negro cuando me limpio la cara por la noche, del metro, sobre todo del metro y de perder el tiempo entre trasbordos y estaciones en curva.


Ha pasado tiempo, mucho desde que dije adiós al día a día en aquellas calles, llevaba años sin ver la tristeza que llega con la vendimia y con ese peculiar olor a uva allá por donde vas. Pero este año he decidido quedarme en casa. El año pasado fue un año de locos, he dejado y cogido tantas cosas en tan corto plazo de tiempo, que mi vida ha dado un vuelco de 360 grados con respecto a hace 365 días, progresivo eso si, pero un giro después de todo. Por fin he podido ver ese “Ya vendrán tiempos mejores” que decían mis padres. Hubo un tiempo que perdí la fe en esas palabras, de hecho en esos 365 días la perdí bastantes veces, me veía en hostelería de por vida y por suerte algo ha cambiado a bien. No ha sido fácil, he sobrevivido a un año con un salario de 500 euros al mes, e incluso volví a recaer en el dinero fácil de las horas interminables de bandeja y abridor.




El caso es que este año he decidido quedarme, en realidad esta decisión vino tomada por mi cuenta bancaria a cero, pero no me arrepiento de no haber tenido dinero para viajar, lo he tenido todo y a todos, y eso me ha hecho agradecer una vez más a la vida los acontecimientos que va poniendo ante ti para sorprenderte día a día. Podría haber viajado, o haber hecho mil cosas, pero no me he movido de casa y ha sido fantástico.


Empecé, cerveza en mano tras bajarme del bus, ese al que tengo que correr semana tras semana por no levantarme cinco minutos antes. Tal fueron las ganas con las que empecé mi periodo de vacaciones que tardé una semana en recuperarme de lo ocurrido ese domingo, bueno, miento, tarde tres días y lo que me quedó lo enganché con los cinco días posteriores, llegando al domingo de nuevo entre amigos, canciones de verbena a la madrugada y purpurina, mucha purpurina. Lo sorprendente es que solo fue el comienzo y yo pensaba que la cosa acababa ahí, la vida una vez más.


Mi segunda semana se basó principalmente en depurar el cuerpo del exceso de la semana anterior, porque nos faltó subirnos al escenario a cantar por los Backstreets boys a lo escena de "Primos", literal, aunque siempre nos quedó el momento barra a lo "bar coyote", típico, y es que dame una tarima y moveré el mundo, o al menos la cadera haciendo twerking, que en bendita hora lo puso de moda Miley, pues eso, que estuve toda la semana depurando el cuerpo y mi madre lavando sábanas (por lo de la purpurina) y sin quererlo ni beberlo me hallé comprando vaqueros en un pueblo llamado Socuellamos, y ahí empezó todo.




Molinos de viento, corralas, castillos y ferias de la comarca, sin purpurina esta vez, pero igual de intensas, y fotos, muchas fotos, sin vaso en mano por fin, por simple y llano postureo, sacando lo mejor de nosotros mismos y de nuestra tierra. ¿Quién diría que unas vasijas podrían dar tanto de sí? Nos sentimos como reporteros haciendo shootings en pueblo de 900 habitantes y tuve tiempo de buscar la paz en unas, ahora prácticamente secas, lagunas dónde tantos veranos he podido disfrutar de sus aguas.


Paz, eso es lo que sentí por fin después de este año de altibajos. Lo bueno es que no tuve que elegir compañeros de viaje, simplemente estaban todos allí, juntos después de mucho tiempo y podía estar con cada una de las personas que quería estar en cualquier momento. Amigos, familia, conocidos y nuevas amistades, porque en el pueblo nos reconocemos todos, pero conocer ya son palabras mayores y yo lo he podido hacer en estos días.


Me siento el Quijote, real, aunque no fuese al Toboso a buscar a Dulcinea, pero he recorrido unos siete pueblos, que, a simple vista pueden parecer pocos, pero en Instagram parecerán una eternidad, os lo aseguro. Una iniciativa que recomiendo emprender a todo el mundo, no solo de la Mancha, sino de cualquier parte del mundo, muchas veces tenemos los mejores rincones en la cercanía y siempre hay algo nuevo por descubrir. Llevemos por bandera nuestra tierra, que para eso es la que nos ha visto crecer y nos ha dado ese acento peculiar que tenemos cada uno de nosotros, ese que llevamos por bandera aunque no queramos, que hace al moderno de ciudad y al paleto de pueblo, sin mala sangre lo digo, que yo voy a veces de fino y suelto perlitas que me delatan como castellano manchego. A mucha honra.


Y ahora estoy aquí, de vuelta al ajetreo de la ciudad sin una fecha determinada de vuelta, es lo que hoy toca, pero me quedo con la esa frase que escuché a una amiga, de esas que reconocía pero no conocía, hasta ahora, y que dice algo más o menos así: "Y si la cosa se tuerce, pues nos cogemos y nos vamos pal' pueblo". Pues eso.

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