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1x20 No es otro estúpido post americano.

  • Foto del escritor: Sergio Camuñas Gómez
    Sergio Camuñas Gómez
  • 16 jun 2017
  • 5 Min. de lectura


El sol se ha precipitado este año, demasiado diría yo, ha convertido una de mis épocas favoritas del año en un infierno, siempre he estudiado mejor en la recta final de primavera, o al menos hasta ahora, porque este año el sudor está más presente que los apuntes, si hoy estamos a 40ºg en pleno mes de agosto probablemente los Juegos del hambre no nos parecerán mala opción.


El verano ya está a la vuelta de la esquina, no digo aquí porque soy fiel a la fecha de su comienzo (el día de mi cumpleaños) pero si, con ello llegan las despedidas que se hacen cada vez más dueñas de fotos en redes sociales. Y es que cuando llega es un momento de relax, de playas y piscinas, el tiempo de los ricos y los jóvenes, de los jóvenes ricos, que son, junto con los jubilados los que disfrutan de esta estación, una estación que deja nuestra vida en paréntesis, porque lo que pasa en verano se queda en verano. Pero antes, llega un momento que todo adolescente anhela: cenas de fin de curso y graduaciones. Bueno, todo adolescente y yo.


Y como siempre no me importa decirlo, soy un aficionado a las graduaciones, hay gente que se considera fan de las bodas, yo de esto. Puede que sea mi fetiche por así decirlo, pero me recuerda todo lo que tuve y no tendré. Es un periodo de transición que marca un antes y un después en la vida, ya lo decían en The O.C. “Nunca se es tan mayor como el último año de instituto ni tan joven como el primer año de universidad” y es cierto.




El momento en el que andas por los pasillos por última vez es algo que nunca más se recupera, los nervios de los últimos exámenes acompañados de los momentos posteriores de sol y risas en la calle es algo único, y solo se vive una vez, porque reconozcámoslo, la graduación de la universidad es algo que nos pilla a todos más crecidos y nos enfrentamos a un futuro incierto, el ¿Ahora qué? Que os comente antes de empezar esta tanda de capítulos, y eso no es lo mismo.


En España lo tenemos todo distorsionado, una mezcla entre lo que en verdad pasará y lo que queremos que pase. Crecemos con la idea de un fin de curso especial, que de por sí ya lo es, pero queremos más, queremos nuestro ramillete, nuestros reyes del baile y nuestra toga y birrete. Despertad y aceptar el hecho de que en España el referente es Física o Química.


Hay diferencias cada vez más inexistentes pero siguen estando ahí, diferencias que no tienen por qué afectarnos ya que sigue siendo uno de los días que se convierten en el clímax de toda adolescencia y que vuelvo a repetir, a mí me encanta.


Los alumnos de último curso son los envidiados de ese gran edificio que prepara a los nuevos trabajadores del mañana. Los pasillos se llenan de elegancia y estilo cuando llegan por la mañana o simplemente se fuman el cigarro en la puerta antes de entrar, como sucedería aquí en España. Es más o menos lo que le sucede a la protagonista de Una compradora compulsiva cuando ve a los mayores utilizando tarjetas de crédito, lo mismo. Y es que nadie puede acceder a esa élite a no ser que sea chica y salga con el chico mayor y popular, que en este caso sería el malote de turno.


Pero todo estatus tiene su esfuerzo, nada se da gratis, el último año te enfrentas a lo que será tu futuro, decisiones que cambiarán el curso de tu vida, y estudias mucho para conseguirlo, tanto estudias que mientras los americanos disfrutan de las secuelas del baile de fin de curso tu te levantas de la resaca y comienzas a estudiar para selectividad en hojas amarillas, para retener mejor.



Analicemos esa noche, ese momento que llevas preparando todo el año, el evento más importante del curso, momento que hace que queramos que el último trimestre pase volando, y no pasa. Ese momento en el que entras por la puerta creyéndote especial, con tu vestido o tu pajarita a estreno, dispuesto a hacer tu aparición estelar que traducido de inglés a español sería ese momento en el que bajas de coche y te das cuenta que tres de tus compañeras y veinte de tus compañeros van con el mismo vestido y la misma pajarita de Zara que tú. Primer zas de la noche, pensábamos que eso solo le pasaba a Kelly y a Brenda (Me ha dado fuerte con esta relación “frenemies” lo sé, pero es que vale para todo) la diferencia es que en España somos muy a la buena fin, y lo que podría suponer un drama pasa a ser motivo de fotos en plan “tía hemos venido iguales” y hashtags tipo #gemes #siames #coincidencias #cenafindecurso.


Y es que aquí no se compite, no sabemos lo que es eso, nos da pereza, no sabemos por ejemplo, lo que es ambicionar la mayor forma de estatus, la corona de reyes del baile. Competencia por otro lado del todo envidiada, todos hemos querido dar el discurso a lo Lindsay Lohan en Chicas Malas al ganar en esa noche tan especial, otra cosa en la que nos aventajan nuestros amigos del otro lado del charco, por poco he de decir, que ya hemos empezado a ver esmóquines y vestidos largos, es cuestión de tiempo, dejemos que pasen unos años que puede llegar a ser factible aunque no sea lo mismo ser reyes del “Constance St Jude” que del “María Zambrano”. Y es que por mucho que lo pretendamos y aunque queramos bailar al son de un fondo floral y violines como Hillary Duff en Una cenicienta moderna siempre acabaremos liándonos a la oscuridad de un parque o una gasolinera, así somos.




¿Sabéis en lo que no tenemos rival? En el momento posterior a la cena. La fiesta española hace que el Coachella deje de tomar importancia cuando salen en televisión los balconing del Primavera Sound. Ahí sí que nos coronamos como reyes, probablemente por eso al español no nos dejen utilizar las instalaciones del gimnasio del instituto para celebrar la despedida, por eso y porque en mi caso, el gimnasio olía a desagüe que echaba para atrás y mira que nos hubiese gustado poner cortinillas a la entrada y una pantalla que mostrase y ensalzase nuestro mejores momentos a través de un power point de fotos fácilmente manipulable, ya que no tenemos ponche que manipular, pues que mejor que una sorpresa en la reproducción de imágenes como en Pequeñas mentirosas, para dar vidilla.


De sueños se vive, pero de verdad, nadie se lo pasa como nosotros ¿Qué es eso de acabar la noche en un Hotel? ¡Nosotros directamente no acabamos la noche! Más que nada porque lo más parecido a un hotel se llama “Hostal Santa Ana” bastante tenemos con haber coincidido en vestuario y haber tenido que bailar “la medusa” en mitad de la velada, más humillación no. Además que es una noche que nunca volverá a repetirse y si a mí se me hizo breve que acabé mis andanzas a las doce del medio día, para estos americanos ¿Qué supuso?


Probablemente supuso la decepción del trono perdido, un final que deja etapa a mudanzas y despedidas, etapas que traducidas al español serían como he dicho antes: resaca, selectividad y la incertidumbre de no saber qué harás por la bendita nota de corte.



En definitiva, disfruta esa noche, puede que no tengas tu bajada por las escaleras a cámara lenta pero siempre te quedará la satisfacción de una gran celebración, un momento que Facebook te recordará año tras año, un momento que año tras año compartirás haciendo ver a todo el mundo que tu cara era proporcional al alcohol que habías ingerido y eso los americanos posturetas no lo tienen.



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