1x17 Por miles de razones.
- Sergio Camuñas Gómez
- 17 may 2017
- 5 Min. de lectura
Insistís en tener un rincón en el que poder sentiros identificados, sin poneros a pensar que a pesar de no dedicaros palabras o de que mis actos no reflejen mis pensamientos, siempre estáis presente en todos los pasos de ésta, mi desastrosa y torpe existencia. Que me ayudáis cuando más lo necesito y que sin daros cuenta alegráis mis días entre “cariños” e insultos. Porque así sois y así soy, y esto puede parecer el típico texto de Fotolog, pero lo estabais esperando, y por ello, este es vuestro post.

Para contar nuestra historia deberían hacer un spin off de lo que hoy es esto, una precuela donde probablemente uno de sus protagonistas seria profesor de baile, por ejemplo. Y aunque tendría temporadas de alta audiencia, al final el tiempo y las separaciones acabarían con el presupuesto de los ejecutivos que no sabrían en que estancia grabar, probablemente la serie daría lugar a la capital que es el centro de las mudanzas, pero si así fuese, ¿Qué pasaría con la historia de nuestra capitana rubia que decidió irse al norte por amor? Probablemente volvería como estrella invitada, lo que está sucediendo ahora mismo, y tendría alguna escena de exaltación de la amistad en la que diría alguna frase de guion que pasaría a la historia de los gift en Google imágenes. Las temporadas pasarían sin pena ni gloria y sus fans esperarían con ansia los capítulos en que el elenco original se reuniría, allá por el capítulo 100, pero nadie recordaría lo que pasó tras el desastre en audiencia de la quinta temporada.
Es difícil mantener la amistad cuando el instituto acaba, al menos eso dicen, o eso suele pasar en toda serie estadounidense, eso o que alarguen la adolescencia más que las Coca-Colas en El Barco. Hay que ser realista, nuestras vidas son menos interesantes que las carreras musicales que acabaron desempeñando los protagonistas de Glee y por ello nuestros años de instituto no darían para una serie de 10 temporadas, pero sería un buen comienzo de la historia que he venido a contar, nuestra historia.
Siempre, a lo largo de interminables consejos y vaticinios sin fundamento hemos tenido que escuchar el típico: “sois un grupo grande, acabareis separándoos”, pero aquí seguimos al pie del cañón, con nuestras reuniones cada vez menos recurrentes y más intensas, perdonando y dando gracias porque nos tenemos. Porque no importa donde vayamos, o lo que sea que estemos haciendo siempre estaremos ahí, no como los S.O.S de Pequeñas Mentirosas, pero sí de maneras similares, siempre os llevaré tatuados, literalmente o no, todos tenéis el mismo peso sobre mi haya tinta o no de por medio.

Porque puede que el instituto fuese nuestro momento de unión, donde pasamos de un grupo a otro hasta encontrar nuestro verdadero lugar, dónde cada uno se proclamó con el estatus que le correspondía dentro de la jerarquía de clases que marcaba el I.E.S. pero, en verdad, el momento en que supe que esto era real, fue el primer año de universidad. Ese momento que todos esperábamos, la libertad a los 18, un nuevo mundo por descubrir, que a algunos nos demostró que la mejor libertad erradicaba en las comidas, cenas y acampadas que hacíamos cuando aún estábamos en casa.
La gente comenzó el curso con ansia de nuevos aires, el cambio de los zumbidos de Messenger al doble check de Whatssapp, la necesidad encontrar lo que llevaban años buscando, cuando yo me sentía el bicho raro porque ya había encontrado todo sin salir de lo que hasta entonces fue mi hogar. De hecho creo que puedo ir más allá, creo que el momento que marcó el punto de inflexión fue ese verano, en el que terminé mi primer año en periodismo, ese verano fue mejor que todos los capítulos veraniegos de Sensación de vivir que podría haber llegado a emitir Tele5 (incluyendo ambas generaciones), no teníamos casita propia en la playa, pero tuvimos apartamento por la cara, y viene a ser más o menos lo mismo.
Historias mil que quedan inmortalizadas en fotos de papel, de las que ya no quedan. Sábados viendo amanecer como tarea de clase y lágrimas al contemplar una carta que daba fin a lo que sería el mejor momento de nuestra vida adolescente, aquel verano del 2011. Porque el invierno llegó, siempre llega, Juego de Tronos no inventó nada nuevo, y después de una intensa feria, el frío y la soledad se apoderan de la vida de los mortales de pueblo, volviendo a destruir lo que en meses anteriores pensamos que sería eterno, cuando este comienzo que venía nos traería nuevos vínculos y la toma de senderos que nos separarían aún más.
Desde entonces, la amistad siguió afianzándose dentro de pequeños círculos, solo que unos más que otros gozábamos de las ventajas y las reuniones, la capital, como los productores ejecutivos determinarían en ese spin off, sería el centro de mudanzas y las reuniones ahí eran obligadas, dejando atrás a quienes decidieron cortar vínculos porque encontraron la completa compenetración con personas a las que consideraron más afines. Después vinieron viajes que rompieron y arreglaron amistades y diferencias, fiestas, celebraciones, llantos y preocupaciones compartidas, hasta bienvenidas a los futuros sucesores de lo que queda de estos retales de quienes fuésemos.
Y con los años y el trabajo, que en realidad es lo que verdaderamente separa nuestro recorrido, aun prevalecemos y prevalece esa amistad. Una amistad que ha traspasado enfados a lo Kelly y Brenda, que ha dicho adiós a personajes que creía imprescindibles y hola a quién nunca creyó de su agrado, que es capaz de movilizarse y ponerse parches en el ojo para animar a una amiga accidentada, pero que también es capaz de sacar lo peor de ti al mundo, literalmente, sin filtros, haciendo que tu reputación caiga en picado, que puede ser tu mejor verdugo y a la vez la mejor manera de ponerte las pilas para mejorar. Una amistad que critica a los suyos pero no permite que otros hagan lo mismo, como en las familias.
Algo que comenzó quedando para salir a tomar los primeros 0,9% de alcohol a escondidas de los que hoy consideramos de nuestro rollo, que pasó por las primeras caladas a ras de acera y las mezclas de sprite, naranja y lima, que ha llegado a los cafés interminables y las cenas en plan “tranqui”.

Amistad en general que madura y se afianza, que nos llevará a momentos aún más intensos y totalmente diferentes a los que venimos compartiendo, que ha perdido pero también ha ganado y ha aprendido. Un aprendizaje que ha hecho que podamos vernos y querernos como somos, sin necesidad de ser otro para poder agradar al de al lado, que hoy en la época del "postureo" ya es mucho pedir.
Y la verdad es que podría estar todo el día hablando de nosotros, pero si lo hiciese, una segunda parte de estas “mil razones” que hoy he querido que todos sepan podría ser excesiva, y no quiero que lo sea, porque habrá más, porque no me canso de vosotros. Hoy si, identificaros todos, porque repito, este es vuestro post.
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