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1x12 Crónicas Olíticas

  • Sergio Camuñas
  • 20 mar 2017
  • 4 Min. de lectura


Estos días he estado estancado por preocupaciones que pensaba que no llegarían nunca, las desventajas de crecer. Y me he puesto a pensar, momento ventana en mi piso, ya sabéis, las mejores y peores ideas salen de ahí en la mayoría de las ocasiones. He mirado hacia abajo y he visto la fachada que hay en frente, que quien haya visitado mi humilde morada en estos últimos años sabe que tiene un mensaje peculiar en la puerta del garaje.


Y he sonreído, me he acordado del momento en el que no estaba, pero sobre todo me he acordado del día que la pintaron, ese día que tres chicos de pueblo estaban asomados por la ventana haciendo lo que mejor nos sale a los chicos de pueblo, lo que comúnmente llamamos alcahuetear. Me ha sucedido lo que podemos denominar como flashback, que para que me entendáis ha sido algo así como el capítulo de la serie en el que se cuenta algo anterior al periodo que comprende la serie, es decir, como cuando en Pequeñas Mentirosas sacaban los capítulos especiales de Halloween o en Como conocí a vuestra madre hablaban de la universidad.


Y es que hemos pasado por mucho en estos cortos pero acogedores metros cuadrados, cosas que no pueden quedar en el tintero por haber empezado esta historia fuera de tiempo. Me he puesto a recordar el día en que llegué a lo que sería mi casa por primera vez, con una maleta XXL rota, y un montón de trastos que tuvimos que transportar entre una amiga y yo en el metro, de punta a punta de Madrid. Me acuerdo del primer día que llegué y pasé a lo que hoy en día es mi habitación y que por aquel entonces era de una de las personas más especiales que he conocido nunca. Pasé a una habitación vacía donde estaba estudiando por aquel entonces una amiga más. Recuerdo que fue septiembre y que aún no era un hogar, que a las paredes les quedaban demasiadas melodías y canciones por escuchar, demasiados posters que colgar y demasiadas confesiones y secretos que soportar.


A partir de entonces estudie, salí, cambié de habitación, volví a casa, trabajé, volví a estudiar y como en toda serie adolescente cambié de look allá por la segunda temporada. Y es que han pasado seis años de aquello, aunque parece que el tiempo pasa lento algunas veces, no nos damos cuenta de lo rápido que lo hace hasta que miramos atrás.


Tengo pendiente el final de una serie con esa persona que ocupaba mi actual habitación y con la que disfrutaba quedándome sin dormir sólo por saber que pasaría en nuestra historia de amor favorita. Estoy deseando juntarme con ella para terminar ese capítulo de nuestra vida, un capítulo que prácticamente comenzó hace seis años, porque me acuerdo que solo había dos temporadas cuando, colacao en mano, hacíamos nuestros maratones nocturnos y ha terminado esta semana con ocho.


Y con esto me he vuelto retrospectivo, he pensado (que suele darse en pocas ocasiones) y me ha dado por ver el primer capítulo que vimos juntos hace tanto tiempo, y amigos, ¡cómo hemos cambiado! Digo hemos, porque nosotros también lo hemos hecho con la serie.


Siempre he creído que éstas no deben durar temporadas interminables, que hay miles de capítulos de relleno y que el final nada tiene que ver con el principio, que las metas del piloto se cumplieron a mediados de la tercera temporada y todo cambió con el principio de la cuarta. ¿Pero que es la vida sino eso?


Por lo que presiento mi vida desde entonces ha tenido sus cambios, no solo hablamos del pelo, cambios importantes, y eso que no llevo una vida en la que la supervivencia es el pan de cada día. Si pusiésemos una cámara a modo reallity en Olite43, podríais ver todos los elementos que, por ejemplo Friends, ha dado a su audiencia.




A los personajes que comenzaron esta aventura, los que se fueron, los que volvieron, esos personajes que llegarían después de ese típico episodio de graduación en la tercera temporada, que nunca llegaron a encajar y que al final conquistaron vuestros corazones. Los personajes que dieron trama en varios capítulos, los que llegaron para quedarse, las cenas, las reuniones nocturnas y un millón de estrellas invitadas. Esa relación que nunca terminó de encajarnos, esos reencuentros de los personajes recurrentes de las primeras historias que siempre harían el capítulo especial solo por aparecer y reunirse de nuevo, incluso las situaciones en las que nuestro protagonista o personaje secundario (que probablemente nos enganchó más) nos decepcionó con sus decisiones o actos.


Podemos encontrarlo todo, incluso el cambio, porque la historia ha cambiado, siempre es diferente, siempre nos hace evolucionar, todo comenzó con un propósito y unos sueños por cumplir, una habitación que encontramos vacía en apariencia, llena de ilusiones y sueños. Pero el futuro es impredecible a menos que sientas que el futuro es hoy, como siento yo escribiendo en este día, donde veo que nuestras preocupaciones son otras porque conseguimos alcanzar los objetivos originales, y eso es bueno.


Si estas cuatro paredes hablasen contarían más de lo que estaríais dispuestos a pagar. Las risas, los llantos, las amistades y las enemistades han estado y estarán presentes en Olite43 y no creo que deban quedar en el olvido. Aunque llevamos muy poco de esta nueva etapa, en la que he decidido contar las aventuras que nos quedan por vivir, quiero mirar hacia atrás para también poder contar las aventuras que ya hemos vivido, las cosas que han sido y las que serán, y si os han gustado hasta ahora, de todo corazón os doy la bienvenida a esta segunda parte de la primera temporada de este libro de historias que aunque acaba de comenzar, lleva mucho atrás para contar.

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